MICRORELATOS
PALAMEDES Y LA GENTE
Palamedes Sousa cuando pasea por su barrio se acuerda de la tierra donde nació. Una tierra donde, todavía hoy, dar limosna se juzga beatería, conciliar opiniones una deserción ética, afirmar las propias un insulto, donde todos están encastillados en su individualidad y exageran las corrientes mundiales que les empujan a una realidad de rostros con facciones no acostumbradas que suelen reflejar mucha tristeza y, cuando hablan, lo hacen con acentos o lenguas desconocidos.
“Es que no falan castelá ni galego. Sonrien demais. ¡E no pagan impostos!”, dicen de los chinos, por ejemplo.
Palamedes observa que habiéndose alejado de aquellas provincias, la capital cosmopolita en la que vive se está contagiando del mismo miedo.
A Palamedes Sousa le encantaría volver a pescar, cuando el mar era un reloj de puntuales presencias marinas, y sin embargo sabe que el mundo – abusado y explotado, con sus corrientes migratorias sin las cuales seríamos muchos menos y todos cerca de los Grandes Lagos, en la precesión orbital de sus sociedades que vuelven y vuelven al terror al Otro, en la oscuridad emocional que nos invade porque el relato ha sido substituido por la insania de la imagen y la tecnología - ha cambiado.