lunes, 14 de mayo de 2012

RETABLO DE LA INOCENCIA

Ni un anciano con su paloma es suficiente
para hacerme creer en el hijo de una adúltera
que pretendió engañarnos a todos con su buen rollo
mientras a su alrededor ocurrían cosas más importantes
que una borrachera en una boda o una siesta en la montaña.

Ni un barbudo violento y pederasta, pastor de doce mujeres,
podrá taparme la boca como hizo que se las taparan
aquellas que intentaron probar ante sus semejantes
el enorme engaño de su ano-profética conducta
humillando para siempre a nuestras hermanas.

Ni siquiera aquellos que siguen esperando
lo que a todas luces ya ha ocurrido
podrán convencerme de la bondad humana
y mucho menos de la divina viendo
los muros que levantan con sus delirios.

No confiéis en que siga creyendo en la bondad humana
porque lo tenéis crudo. Como mucho creeré,
en la bondad de algún individuo, tomado de uno en uno,
con la bondad del polvo, con la bondad de la nada
que dijo aquel despistado poeta sin mirarla a fondo.

Fundamentando vuestros proyectos sobre los cimientos
de mi silencio, crecéis como la hierba mala crece
arrebatando todos los nutrientes del suelo,
convirtiendo mi vida en un desierto cuya noche
se llena de aullidos interminables de protesta.
PALAMEDES SOUSA Y LA NOCHE

Palamedes Sousa se acicala antes de ir a la cama.
Su leonina cabellera blanca requiere un peinado
para espantar todas las ideas cotidianas y dejar
las dudas bien apaisadas sobre su cráneo.

Sin su chaleco, sin los tirantes, sin ni siquiera sus pantalones
Palamedes Sousa embutido en una bata gris,
se prepara para el sueño como lo haría un consejero de una gran sociedad
antes de rendir cuentas de su gestión.

Y es que para Palamedes Sousa el sueño es importante,
es el territorio donde se desgranan su temores, sus ansias,
donde puede advertir las alarmas que le avisan de sus errores.

Palamedes Sousa si se acuesta medianamente feliz
lo hace con su cuerpo girado a la derecha
intentando que su oreja no le transmita el latido de su corazón.
Si, por el contrario, está inquieto, Palamedes Sousa
se acuesta boca abajo como un náufrago, tapándose la cara
y dejando un orificio para respirar. No suele darle resultado
y tendrá que simular que se siente bien y acordar con su cuerpo
la mejor posición en la que no oiga el tam tam de su corazón.

Por si acaso la noche se presenta revoltosa
Palamedes Sousa tiene alguna lectura al alcance de su mano.
En estos días está leyendo cosas antiguas que ha ido encontrando:
Cartujas de Parma, Episodios más o menos Nacionales y cosas así,
cosas viejas puesto que nuestro amigo también ya lo es un poco.

A medida que envejece Palamedes Sousa evoca tiempos antiguos
maravillándose de que el mundo haya evolucionado tan poco
y siente la sensación de estar, como un ratoncillo blanco,
en una rueda circular que no le lleva a ningún lado.

El sueño va apoderándose de nuestro amigo y su respiración ya es pausada.
Lo vemos en su dormitorio donde todas las prendas están
perfectamente ordenadas sobre una silla y un galán de noche
que atienden su descanso con el respeto de fieles lacayos.

Sabemos que Palamedes Sousa debería adelgazar
pero si quizá fuese bueno para su salud
¿Donde iría nuestra imaginación sin ese orondo vientre?
¿Sin ese cabello de león abrillantado?
¿Sin esos tirantes escandalósamente anchos?
¿Sin sus pasos de patriarca sereno reinando por las calles de su barrio?
Estas son las ideas que hacen pórtico a su sueño.

Dejemos dormir a Palamedes Sousa
y vayamos nosotros también a la “petit mort”
del descaso que nos espera.