jueves, 14 de febrero de 2008

LARACHE III - 1950



En Larache había un cine: El Principal. Mis padres me habian llevado a él dos veces pero resultó un fracaso porque en cuanto se apagaban las luces me ponía a llorar insistentemente. La segunda vez mi madre me recogió en su pecho pero cuando vi en plano subjetivo aquel autobús que se nos venía encima grité como un desesperado y salimos todos del cine.

Llegó el verano y una de aquellas tardes que mi padre me llevaba a pasear mientras mi madre estaba a lo suyo se encontró con un amigo con cuya mujer estaba precisamente mi madre y charlaron un rato. Entonces el amigo le propuso a mi padre que ya que estaban cerca del cine de verano del casino militar fueran a ver una película. Mi padre dijo que yo era incapaz de ver una película que me asustaba que pataleaba y lloraba y, cosas de la vida, el amigo de mi padre me dijo si quería ir al cine y yo le dije que sí. Los niños sabemos ser crueles.

Cuando llegamos a casa mi madre le preguntó como había ido la tarde y mi padre le dijo que muy bien fuimos al cine. Al cine dijo mi madre. Si. Y el niño qué. Aplaudiendo toda la película. Me miraron con extrañeza y cierta preocupación.


FIN DE MI DISGUSTO POR EL CINE.

LARACHE II – 1950


En Larache había un paseo por la costa. Larache dispone de un Atlántico tan voraz como Baldaio aunque sus costas se resisten a ser convertidas en arena.

La vida de un militar colonizador aparte de las oscuras cosas que no sabemos, consistía simplemente en hacerse ver entre la población con su uniforme, su prestancia y su orgullo. La juventud e ingenuidad mi padre no le permitía darse cuenta de que era un peón en ese drama: Un romano de los de antes.

Se sentía feliz por haber colocado a su familia lejos de la carestía de vida que reinaba en la península y donde todos los alimentos, enseres y necesidades eran cubiertas con su humilde sueldo. Una cierta vida rutinaria.

Dentro de esa rutina no podía faltar el paseo de la tarde después de la siesta y mientras mi madre iba a visitar a sus amigas compatriotas él me agarraba de la mano y salíamos a pasear.

Dado que mi padre era de donde yo soy casi siempre me conducía al malecón o a ese camino que se intuye en la foto. Tenía sed de mar.

Yo veía personas pequeñas, minúsculas, cerca del agua. Hoy sé que eran pescadores como los que se ven a la derecha al fondo de la foto pero lo curioso del caso, ignorante de lo que era la perspectiva pensaba realmente que eran seres minúsculos, unas personas de juguete y me quedaba fascinado y yo quería tener una. Ante mis peticiones infantiles mi padre no me comprendia y me llevaba a pasear por la Plaza de España para que se me pasara el berrinche.

FIN DEL DESCUBRIMEINTO DE LOS ENANOS