POÉTICA DE BOLSILLO
APRENDIENDO
Cuando llegó a aquel país mirando al mar sintió que se la habian cambiado. Si alguna vez había tenido la idea de un lago, lo que estaba ante él justamente la representaba: Minúsculas y perezosas olas morían en una playa de arena gruesa mancillada por millares de huellas humanas y la ausente marea que tapizaba dos veces al día las playas de su tierra natal haciendo renacer el milagro de una virginidad. Comprendió que estaba en un mundo nuevo.
Por entonces no sabía nada del Mediterráneo y en su salvaje inocencia, lo comparaba con el Atlántico.
Años más tarde supo ver el amanecer sobre el mar, el vuelo matinal de las aves migratorias, las cañas de las marismas a contraluz y la serenidad matutina que no tenía el mar de su infancia, más que bravo, bronco.
Aprendió a amar las cualidades del Levante sin enfrentarlas a las del Poniente.
Aprendió a no comparar.
Incluso pudo experimentar que ese mar, al cual al principio le llamó despectivamente lago, podía ser tan taimado y digno de respeto como su Océano natal.
Más años después, entre llanuras de tierra y lejos del mar, volvió a sentir el respeto que exigen los paisajes que tanto le gustaban. Donde las lomas son olas, donde los barrancos son resacas violentas de la tierra que se parte, donde el silencio es tan impresionante como la puesta de un Sol, donde las montañas espantan a los mortales tanto como la mar arbolada. El planeta en fin, dotado de una longevidad extrema, ante la cual Palamedes Sousa se sentía una chispa, un encantamiento, una fábula, una ficción, un visitante atolondrado por la belleza sin ser parte de ella. Sintió que el Universo no le necesitaba.
Hubo pues un día en el que reconoció la enorme e implacable belleza que le rodeaba.
Así que desapareció como una chispa, protestando con un levísimo gemido.
lunes, 20 de diciembre de 2010
ACONTECIMIENTOS
TRON
Josep Lluis Soteras era alto y pelirrojo, excelente representante de la fisonomía celta, su gran altura, mayor que la mía, atraía el interés de las gaviotas por su aspecto de árbol acogedor, su barba rojiza ofrecía los nidos donde los besos familiares ponían sus frutos y su frente despejada ofrecía la luz de un día de primavera entreverada por las dudas que a todos nos acompañan. Sus pantalones en el 86, todavía eran de pana y sus labios rubicundos diseñados para palabras suaves. Sus ojos marinos no eran metálicos, desprendían inteligencia y sus manos, balanceándose como mariposas alrededor del cuerpo, claramente buscaban otras manos. Era tal y como me hubiera gustado ser.
Soteras y yo hacíamos un buen equipo de ventas en informática que aun no se llamaba así, avanzada. Nos apasionaba la tecnología y nos gustaba la ciencia-ficción y no digamos la cerveza. Vivía en el Maresme y tenía esposa y dos hijas de las cuales me hablaba constantemente. Yo vivía en Les Corts y tenía esposa y una hija y también le hablaba de ellas. Ëramos amigos sin saberlo y a mí me gustaba cogerlo del brazo.
Un día, a eso de las tres de la tarde, salimos de la empresa Camiones Ebro, ya desaparecida, en la Zona Franca y que intentaban usar el diseño en tres dimensiones gráficas para sus camiones. Nosotros les ofrecimos las prestaciones de un super-ordenador que Fujitsu había diseñado: Un Perking Elmer, nombre de un científico americano, que ejecutaba la por entonces enorme cantidad de diez millones de operaciones elementales por segundo. La empresa de Perking Elmer por aquellos días estaba fabricando también la gran lente del observatorio extraterreste satelital Hubble. Cierto es que el espejo salió con estrabismo y hubo que hacer un viaje espacial para corregirlo pero nos ha dado hasta ahora las mejores fotografías del universo profundo.
Al salir de Motor Ibérica, bastante contentos por nuestro trabajo, donde por cierto me golpeó duramente la cabeza la barrera del parking que bajaba justo cuando yo pasaba, atontado me quedé, pasamos por delante de un gran cine en la Zona Franca en el que proyectaban “TRON”. Los dos sabíamos que los efectos digitales de aquella película estaban hechos con un Perking Elmer 9600. Faltaban escasamente veinte minutos así que tomamos un bocadillo, dos cervezas y entramos.
Era el desgraciado año de 1986 y creo también que era Marzo.
Como técnicos que éramos nos gustaron mucho los efectos digitales y como cinéfilos tampoco supimos verle muchas carencias al argumento. Nos gustó.
Salimos del cine con afán propagandista: Andreu, Kim, Xavi tenian que verla. Nos confabulamos para ello.
Mientras yo estaba disfrutando profesionalmente, aquel año murió Tomás el catorce de Abril, también Pilar el dia diez de Mayo y Soteras el veintitrés de Julio de un tumor cerebral.
No fuí a su entierro. ¿Para qué?
Estos días de 2010 estrenan una nueva versión de TRON que dicen que es muy buena. ¿Quien vendrá conmigo a verla?.
TRON
Josep Lluis Soteras era alto y pelirrojo, excelente representante de la fisonomía celta, su gran altura, mayor que la mía, atraía el interés de las gaviotas por su aspecto de árbol acogedor, su barba rojiza ofrecía los nidos donde los besos familiares ponían sus frutos y su frente despejada ofrecía la luz de un día de primavera entreverada por las dudas que a todos nos acompañan. Sus pantalones en el 86, todavía eran de pana y sus labios rubicundos diseñados para palabras suaves. Sus ojos marinos no eran metálicos, desprendían inteligencia y sus manos, balanceándose como mariposas alrededor del cuerpo, claramente buscaban otras manos. Era tal y como me hubiera gustado ser.
Soteras y yo hacíamos un buen equipo de ventas en informática que aun no se llamaba así, avanzada. Nos apasionaba la tecnología y nos gustaba la ciencia-ficción y no digamos la cerveza. Vivía en el Maresme y tenía esposa y dos hijas de las cuales me hablaba constantemente. Yo vivía en Les Corts y tenía esposa y una hija y también le hablaba de ellas. Ëramos amigos sin saberlo y a mí me gustaba cogerlo del brazo.
Un día, a eso de las tres de la tarde, salimos de la empresa Camiones Ebro, ya desaparecida, en la Zona Franca y que intentaban usar el diseño en tres dimensiones gráficas para sus camiones. Nosotros les ofrecimos las prestaciones de un super-ordenador que Fujitsu había diseñado: Un Perking Elmer, nombre de un científico americano, que ejecutaba la por entonces enorme cantidad de diez millones de operaciones elementales por segundo. La empresa de Perking Elmer por aquellos días estaba fabricando también la gran lente del observatorio extraterreste satelital Hubble. Cierto es que el espejo salió con estrabismo y hubo que hacer un viaje espacial para corregirlo pero nos ha dado hasta ahora las mejores fotografías del universo profundo.
Al salir de Motor Ibérica, bastante contentos por nuestro trabajo, donde por cierto me golpeó duramente la cabeza la barrera del parking que bajaba justo cuando yo pasaba, atontado me quedé, pasamos por delante de un gran cine en la Zona Franca en el que proyectaban “TRON”. Los dos sabíamos que los efectos digitales de aquella película estaban hechos con un Perking Elmer 9600. Faltaban escasamente veinte minutos así que tomamos un bocadillo, dos cervezas y entramos.
Era el desgraciado año de 1986 y creo también que era Marzo.
Como técnicos que éramos nos gustaron mucho los efectos digitales y como cinéfilos tampoco supimos verle muchas carencias al argumento. Nos gustó.
Salimos del cine con afán propagandista: Andreu, Kim, Xavi tenian que verla. Nos confabulamos para ello.
Mientras yo estaba disfrutando profesionalmente, aquel año murió Tomás el catorce de Abril, también Pilar el dia diez de Mayo y Soteras el veintitrés de Julio de un tumor cerebral.
No fuí a su entierro. ¿Para qué?
Estos días de 2010 estrenan una nueva versión de TRON que dicen que es muy buena. ¿Quien vendrá conmigo a verla?.
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