lunes, 20 de diciembre de 2010

POÉTICA DE BOLSILLO
APRENDIENDO
Cuando llegó a aquel país mirando al mar sintió que se la habian cambiado. Si alguna vez había tenido la idea de un lago, lo que estaba ante él justamente la representaba: Minúsculas y perezosas olas morían en una playa de arena gruesa mancillada por millares de huellas humanas y la ausente marea que tapizaba dos veces al día las playas de su tierra natal haciendo renacer el milagro de una virginidad. Comprendió que estaba en un mundo nuevo.

Por entonces no sabía nada del Mediterráneo y en su salvaje inocencia, lo comparaba con el Atlántico.

Años más tarde supo ver el amanecer sobre el mar, el vuelo matinal de las aves migratorias, las cañas de las marismas a contraluz y la serenidad matutina que no tenía el mar de su infancia, más que bravo, bronco.

Aprendió a amar las cualidades del Levante sin enfrentarlas a las del Poniente.

Aprendió a no comparar.

Incluso pudo experimentar que ese mar, al cual al principio le llamó despectivamente lago, podía ser tan taimado y digno de respeto como su Océano natal.

Más años después, entre llanuras de tierra y lejos del mar, volvió a sentir el respeto que exigen los paisajes que tanto le gustaban. Donde las lomas son olas, donde los barrancos son resacas violentas de la tierra que se parte, donde el silencio es tan impresionante como la puesta de un Sol, donde las montañas espantan a los mortales tanto como la mar arbolada. El planeta en fin, dotado de una longevidad extrema, ante la cual Palamedes Sousa se sentía una chispa, un encantamiento, una fábula, una ficción, un visitante atolondrado por la belleza sin ser parte de ella. Sintió que el Universo no le necesitaba.

Hubo pues un día en el que reconoció la enorme e implacable belleza que le rodeaba.

Así que desapareció como una chispa, protestando con un levísimo gemido.