LOS ARTEFACTOS Y EL AMOR
(Homenaje a François Truffaut)
Estaba muy sucia la pantalla táctil de mi móvil hasta el punto que ni con la ayuda de mi aliento y un paño de papel, acababa de tener el aspecto limpio de un cristal nuevo tal como se presentó el día que me vendieron el teléfono, así que puse una gotita de detergente sobre ella y un leve chorro de agua.
La pantalla quedó preciosa pero al cabo de dos minutos comenzó a hacer chirivías verticales de rayas frenéticas, hasta que se cansó y quedó a oscuras. Retuve mis blasfemias pues a veces me pasa lo mismo con eso del apagarse.
La vida usa cada día detergente conmigo pero se equivoca al no tener en cuenta que mis lágrimas en cualquier momento pueden penetrar, enjabonadas, mis poros y fundir mis circuitos.
Las lágrimas a veces se meten dentro.
Hoy los teléfonos no solamente oyen y hablan como se espera de ellos si no que también necesitan la caricia del tacto y la mirada. Cada vez las máquinas nos exigen más cuidados humanos, más cariño.
Sospecho que comienzan a suplantarnos. Quizá lo merezcan más que nosotros.
El problema de los humanos y las máquinas es el manual de instrucciones. En eso ya nos vamos pareciendo.