lunes, 12 de diciembre de 2011

EL SILBO

Hay una manera de gritar
que no consiste en elevar la voz
y la aprendí en Tenerife
una noche de ruido y samba
donde mi voz natural no era escuchada.

Practiqué el silbo insular,
puse mis caprichos en los labios
y silbé silbidos que bajaban a los valles
y se encimaban a las montañas
de páginas que llevaba en el bolsillo.

Hoy alguien lejano, aquel que escribió ese libro
me silbó esta mañana
y sentí que habitaba un valle
frondoso de ideas y tareas comunes
que hace tan solo un año ni imaginaba.

Algo de esto importa en la vida,
estoy casi seguro:
Las almas gemelas disponen de
algunas estancias abiertas
y perras como son,
solo necesitan un silbido firme
para concordarse.

El resultado es sumamente delicioso.

Creo que estoy hablando del amor