SONETO ROTO PARA DOS NUEVOS TRIPULANTES
La suave tarde corre acelerada
hundiéndose en la noche que la espera
más allá del horizonte de la esfera
que nos sirve a todos de morada.
Siempre hacia el ocaso, nuestra mirada
elige del camino la cimera
cumbre de nuestra esperanza primera:
Vivir sin caer en una celada.
Llegó el momento cuando nos convienen
ideas claras, la tarde perece,
pariendo un mundo, estamos de parto.
“Los hombres van y vienen
pero la Tierra permanece”.
Eclesiastés, 1, 4º