domingo, 16 de septiembre de 2012
AU LIEU DE UNE CHAMBRE AUSSI SILENCIEUSE
Pongamos que somos una pareja francesa para darle glamour a la escena. Yo, Paul estaba peleándome con el cable del alimentador de mi smartphone que se había enganchado bajo las variilas de una de las sillas de la cocina. Realmente me estaba cabreando porque el puto cable se resisitia a salir. Y mi teléfono no dejaba de sonar reclamando su alimento. ¡Joder, joder!, decía Paul, que soy yo, mientras tiraba del cable que se agarraba a la pata de la silla como si le fuera la vida en ello. De pronto el teléfono cambío de tono y advertía de una llamada entrante.
Liado con el cable decidí, o sea Paul, desconectarlo y atender la llamada.
Hola papá ¿como estás?
Estoy bien. Es un poco tarde. ¿Qué tal?
Solo te llamo por saludarte, te noto triste la voz.
No cariño, no, es que me iba a ir a la cama ¿Qué hora es ahí?
Son las nueve de la mañana, papá.
¿Del viernes?
No, del sábado.
¿sabes que te digo?
No, papá, dime
Digo que es una lástima no dormir y comunicarnos en nuestros sueños durmiendo a la vez.
Aquí es todavía viernes.
Me gustaría que estuvieras...
El teléfono dejó de funcionar y Paul y yo sonreimos aceptando lo que son las movidas de la vida
y cogiendo una manta, se la pusimos a Marie que dormitaba ante una televisión apagada.
Eran las 2:45 de la madrugada en Barcelona, las diez menos cuarto del día siguiente en Osaka.
La voz de mi hija se extendía por la sábana que nos arropaba.
Y Paul lloraba mientras yo dormía.