martes, 22 de octubre de 2013

HUMO

Cuando esta casa que no es la mía
deje de oler a tabaco y os encontréis más confortables
sin tener que lavar las cortinas, sin ceniza por aquí y por allí,
quedarán las pequeñas quemaduras que mis cigarros han dejado
en ese mueble del lavabo, de la cocina, en aquel mantel
y la cenizas recónditas en algunas esquinas inesperadas que persistirán
lo que dure el vacío de mi ausencia rellenado
por el amable manojo de vuestros recuerdos.
 
Entonces ya no seréis ofendidas y te hablo en plural
querida porque eres, bien que lo sé, muchas mujeres en una,
por los olores del tabaco que fumaba y al final de mi vida
habré conseguido el éxito del fumador empedernido:
Seré puro humo y me oleréis
el tiempo que resta de vuestras vidas.
 
Resulta evidente que esto es un testamento
y siento sonrojo por no poder evitar
la cacofonía del anteroposterior verso
si es que se le puede llamar verso
a una frase nacida de madrugada,
en el árido silencio de la noche
pero que no la voy a cambiar.
 
Humo y cenizas dispersados por donde mejor os convenga
lo que dé de si mi cuerpo a mil doscientos grados.
 
A mi me va el mar de mi tierra, Baldaio, la marisma en marea llena..
Esta es mi voluntad aunque si no la seguís
nada me pasará pues ya nada me va a importar.
Haced lo que queráis.
Queda escrito, Ubaldo.