lunes, 29 de noviembre de 2010

MICRORELATOS
PALAMEDES Y LA GENTE
Palamedes Sousa cuando pasea por su barrio se acuerda de la tierra donde nació. Una tierra donde, todavía hoy, dar limosna se juzga beatería, conciliar opiniones una deserción ética, afirmar las propias un insulto, donde todos están encastillados en su individualidad y exageran las corrientes mundiales que les empujan a una realidad de rostros con facciones no acostumbradas que suelen reflejar mucha tristeza y, cuando hablan, lo hacen con acentos o lenguas desconocidos.

“Es que no falan castelá ni galego. Sonrien demais. ¡E no pagan impostos!”, dicen de los chinos, por ejemplo.

Palamedes observa que habiéndose alejado de aquellas provincias, la capital cosmopolita en la que vive se está contagiando del mismo miedo.

A Palamedes Sousa le encantaría volver a pescar, cuando el mar era un reloj de puntuales presencias marinas, y sin embargo sabe que el mundo – abusado y explotado, con sus corrientes migratorias sin las cuales seríamos muchos menos y todos cerca de los Grandes Lagos, en la precesión orbital de sus sociedades que vuelven y vuelven al terror al Otro, en la oscuridad emocional que nos invade porque el relato ha sido substituido por la insania de la imagen y la tecnología - ha cambiado.

viernes, 26 de noviembre de 2010

MICRORELATOS
PALAMEDES Y EL SUPER
Palamedes llevaba sus tres bolsas llenas del supermercado donde había adquirido aquello que le hacía ilusión preparar en la cocina . Unos cuatro kilos de viandas y dos botellas de buen vino blanco.

Un señor envejecido, que a Palamedes le resultó premonitorio, le extendió la mirada y la mano de manera insoslayable pidiéndole ayuda.

Palamedes se vió en aquella persona y le ofreció dos de las bolsas cargadas de alimentos ocultando en su oferta la de los vinos. Toma, le dijo, es todo lo que llevo. Mentía pero poco.

Palamedes volvió al supermercado a recomprar lo que había regalado.

Fué cuando en el chaleco, el reloj marcó la hora de su programa de radio favorito y subió corriendo a la casa intentando controlar las pulsaciones coronarias de sus arterias engalanadas por la nieves de sus años, fué - decimos - cuando sintió que se había portado bien. Y sus pulsaciones bajaron a un ritmo normal.

Palamedes Sousa, mientras cocinaba, bebía un vino blanco esmerilado.

Y ahí lo dejamos.

lunes, 22 de noviembre de 2010

MICRORELATOS
PALAMEDES Y LAS MARIONETAS
Aquella tarde Palamedes Sousa bajó a la calle habiéndose asegurado que las luces y la puerta quedaban debidamente cerradas y que su reloj estuviese en hora.

Se dirigió a la rambla del barrio donde diversas sociedades estaban concelebrando un encuentro con casetas de frutos lejanos, aromas desconocidos, telas con estampados sutiles, músicas de tonalidades infrecuentes, infusiones bastante extrañas y algun teatrillo como aquel de marionetas iraníes donde una tela negra ofrecía a la imaginación de los niños espectantes la multiplicidad de paisajes lejanos en los que transcurría la vida de un profeta que siempre, siempre se equivocaba .

Al final de la obrita el profeta moría y el Rey de Persia lo acogía en su panteón familiar pués había conseguido que su pueblo aprendiera a manejar la duda, la incertidumbre.

Todos los niños aplaudieron y algún adulto también.

Palamedes Sousa se dijo: “Los hilos del destino hay que saber cortarlos a tiempo”. Y volvió a casa.

lunes, 15 de noviembre de 2010

POÉTICA DE BOLSILLO
HAIKU 01
Si soy, me mata.
Si me la niegan muero.
Crueldad sin más.

viernes, 5 de noviembre de 2010

MICRORELATOS
PALAMEDES Y EL RELOJ
Palamedes Sousa, cuyo reloj con cadena de plata residía en el chaleco amarillo que le había regalado su hija hacía tiempos inmemoriables, - ¿Tenía todavía una hija? - hechó mano de él y no lo encontró. Una importante taquicardia agitó su pecho. "Palamedes, el tiempo de ser tú mismo, se agotó", fue el canónico verso que le vino al pensamiento.
Tuvo la sensación de que algun Otro colonizaba su mente y le escondía el reloj pues hacía ya bastantes días que sus deseos, sus costumbres, sus anhelos emanaban desde una exterioridad que no era propiamente su percepción ancestral del mundo y le hacía admoniciones ingratas, como si pensara con la mente de ese Otro, ese Otro nuevo que le colonizaba como un hongo perverso sin pedir permiso para extenderse.

Palamedes pensó que estaba cambiando y la ausencia del reloj le avisaba de un nuevo e inusitado desprecio por el tiempo a pesar de su metódica conducta anterior. ¿Acaso el Otro era él mismo cambiado por sus nuevos miedos y la ausencia de antiguas esperanzas?.

Palamedes Sousa se sintió deshorientado al comprobar que, con la pérdida de su reloj y la presencia del Otro, tendría que apañárselas con nuevos métodos de superviviencia y convivir con aquellas voces que le reclamaban un nuevo comportamiento.

Ebrio de desconcierto tambaleó por el pasillo en busca de una salida. Sin reloj, sin su propio ser mismo, sin nadie, solo con aquellas voces desacostumbradas, salió a la calle en busca de un amigo nuevo o preferiblemente antíguo.

Habría de ser aquella noche una de las más largas y Palamedes lo sabía.