sábado, 10 de marzo de 2012

ESTAMPAS ROTAS

He bajado a comprar al supermercado cuatro cosas necesarias y al volver, ya en la acera de mi casa, delante de mí iba una chica de unos dieciocho años, toda ella negra. Negra su piel, negro el pelo, negros los pantalones, negro el gracioso gabán que llevaba. Un tipo como para fijarse, alta, espigada, un bolso negro en su mano derecha. De pronto vi que cojeaba violentamente y se me partió el corazón. Su pierna derecha no respondía a la cadencia que la izquierda le ofrecía. Su cojera era tan pronunciada que sus pasos parecian un esfuerzo titánico por seguir adelante. Ya tenía el corazón partido cuando además vi que entraba con su propia llave en la escalera donde hace años yo había vivido.

Me metí en la mia casi corriendo por la vergüenza de no tener esa gran dificultad con la que luchar toda la vida. Me sentí culpablemente mimado por la vida.

Instantes después recordé que Iris, mi hija, lleva una cadera de titanio desde los 29 años.

A veces desearías ser ciego para determinadas cosas