lunes, 27 de diciembre de 2010

POÉTICA DE BOLSILLO
AUTOFAGIA
El Duc tiene los ojos configurados para la visión nocturna aunque no dispone de la tecnología del camaleón que los mueve independientemente, lo cual representa una frontera no alcanzada ni por el Búho ni tan siquiera por el tan evolucionado género humano y, si lo pensamos bien, es un precioso enigma neurológico.

Nocturno depredador nato, Duc se aburre al no ver ni un ratón ni un topo, ni siquiera un gusano apetecible y decide autofagocitarse. Considera que él es una buena pieza y que alimentarse de sí mismo, deconstruyendo su ser, conformará una deliciosa tautología gastronómica: Ser, gozar y morir.

Se come, se gusta y desaparece.

viernes, 24 de diciembre de 2010

ACONTECIMIENTOS
FELICITACION NAVIDEÑA DE 2010
En recuerdo de Carlos Humet, incinerado ayer, primer colega muerto del equipo de jóvenes que hicimos nacer la informática en Barcelona por los entonces calendarios de los años setenta.

Como físico y cosmólogo aficionado que soy persistentemente desde los 17 años - pues fue cuando leí a Poincaré - me he dado cuenta, tan tarde como después de 62, que mi vida se mide por la vueltas alrededor de la estrella que llamamos Sol.

Lo que esa afición provocó en muchos curiosos de las estructuras del universo y los átomos fue una reverente aceptación del "Deus ex machina". En mí - por el contrario - instaló la idea de mi presencia actual en un universo que existe desde hace 13.700 millones de años como algo imposible de evitar por encima incluso del deseo de mis progenitores. Alguien como yo, como vosotros, existiríamos sin duda; solo era cuestión de tiempo, de años. Años que no existían aún como tales como concepto pues nuestro Sol tardó 8.200 de aquellos años hipotéticos en aparacer y nosotros un poquito más hasta llamar año al tiempo de un giro solar. Complicado asunto éste de hacer retroceder nuestras medidas de tiempo a tiempos en los que no existían los patrones para evaluarlas. Cuanto más escribo más se refleja la complejidad del concepto tiempo.

Soy, con vosotros y todos los seres vivientes, consecuencia del ineluctable proceso que la materia recorre por saberse a si misma.

Pronto no estaremos en ese tiovivo estelar. Sea lo que sea, el tiempo tiene un carácter poco prógido. Es un dato constatable experimentalmente. Se mida en vueltas o se mida en fracciones bimillonarias de esas vueltas, llamadas segundos. Cuando ya llevas unas cuantas – ya no eres joven - sabes que eso que pueda ser el tiempo todavía no sabes lo que es pero conoces su principal atributo: Escasez.

Los relojes no miden el tiempo, solo se comparan con otros relojes. Nuestro reloj primordial es el Sol pero lo que llamamos tiempo nadie sabe lo que es.

Todas las religiones trascendentales dan una respuesta dogmática al problema de nuestra existencia dentro de eso que llamamos tiempo. Y es que el tiempo nos da miedo, mucho miedo.

Yo estoy con el maestro José Saramago: “Hoy estamos y mañana no. Es simple”.

Felices fiestas

lunes, 20 de diciembre de 2010

POÉTICA DE BOLSILLO
APRENDIENDO
Cuando llegó a aquel país mirando al mar sintió que se la habian cambiado. Si alguna vez había tenido la idea de un lago, lo que estaba ante él justamente la representaba: Minúsculas y perezosas olas morían en una playa de arena gruesa mancillada por millares de huellas humanas y la ausente marea que tapizaba dos veces al día las playas de su tierra natal haciendo renacer el milagro de una virginidad. Comprendió que estaba en un mundo nuevo.

Por entonces no sabía nada del Mediterráneo y en su salvaje inocencia, lo comparaba con el Atlántico.

Años más tarde supo ver el amanecer sobre el mar, el vuelo matinal de las aves migratorias, las cañas de las marismas a contraluz y la serenidad matutina que no tenía el mar de su infancia, más que bravo, bronco.

Aprendió a amar las cualidades del Levante sin enfrentarlas a las del Poniente.

Aprendió a no comparar.

Incluso pudo experimentar que ese mar, al cual al principio le llamó despectivamente lago, podía ser tan taimado y digno de respeto como su Océano natal.

Más años después, entre llanuras de tierra y lejos del mar, volvió a sentir el respeto que exigen los paisajes que tanto le gustaban. Donde las lomas son olas, donde los barrancos son resacas violentas de la tierra que se parte, donde el silencio es tan impresionante como la puesta de un Sol, donde las montañas espantan a los mortales tanto como la mar arbolada. El planeta en fin, dotado de una longevidad extrema, ante la cual Palamedes Sousa se sentía una chispa, un encantamiento, una fábula, una ficción, un visitante atolondrado por la belleza sin ser parte de ella. Sintió que el Universo no le necesitaba.

Hubo pues un día en el que reconoció la enorme e implacable belleza que le rodeaba.

Así que desapareció como una chispa, protestando con un levísimo gemido.
ACONTECIMIENTOS
TRON
Josep Lluis Soteras era alto y pelirrojo, excelente representante de la fisonomía celta, su gran altura, mayor que la mía, atraía el interés de las gaviotas por su aspecto de árbol acogedor, su barba rojiza ofrecía los nidos donde los besos familiares ponían sus frutos y su frente despejada ofrecía la luz de un día de primavera entreverada por las dudas que a todos nos acompañan. Sus pantalones en el 86, todavía eran de pana y sus labios rubicundos diseñados para palabras suaves. Sus ojos marinos no eran metálicos, desprendían inteligencia y sus manos, balanceándose como mariposas alrededor del cuerpo, claramente buscaban otras manos. Era tal y como me hubiera gustado ser.

Soteras y yo hacíamos un buen equipo de ventas en informática que aun no se llamaba así, avanzada. Nos apasionaba la tecnología y nos gustaba la ciencia-ficción y no digamos la cerveza. Vivía en el Maresme y tenía esposa y dos hijas de las cuales me hablaba constantemente. Yo vivía en Les Corts y tenía esposa y una hija y también le hablaba de ellas. Ëramos amigos sin saberlo y a mí me gustaba cogerlo del brazo.

Un día, a eso de las tres de la tarde, salimos de la empresa Camiones Ebro, ya desaparecida, en la Zona Franca y que intentaban usar el diseño en tres dimensiones gráficas para sus camiones. Nosotros les ofrecimos las prestaciones de un super-ordenador que Fujitsu había diseñado: Un Perking Elmer, nombre de un científico americano, que ejecutaba la por entonces enorme cantidad de diez millones de operaciones elementales por segundo. La empresa de Perking Elmer por aquellos días estaba fabricando también la gran lente del observatorio extraterreste satelital Hubble. Cierto es que el espejo salió con estrabismo y hubo que hacer un viaje espacial para corregirlo pero nos ha dado hasta ahora las mejores fotografías del universo profundo.

Al salir de Motor Ibérica, bastante contentos por nuestro trabajo, donde por cierto me golpeó duramente la cabeza la barrera del parking que bajaba justo cuando yo pasaba, atontado me quedé, pasamos por delante de un gran cine en la Zona Franca en el que proyectaban “TRON”. Los dos sabíamos que los efectos digitales de aquella película estaban hechos con un Perking Elmer 9600. Faltaban escasamente veinte minutos así que tomamos un bocadillo, dos cervezas y entramos.

Era el desgraciado año de 1986 y creo también que era Marzo.

Como técnicos que éramos nos gustaron mucho los efectos digitales y como cinéfilos tampoco supimos verle muchas carencias al argumento. Nos gustó.

Salimos del cine con afán propagandista: Andreu, Kim, Xavi tenian que verla. Nos confabulamos para ello.

Mientras yo estaba disfrutando profesionalmente, aquel año murió Tomás el catorce de Abril, también Pilar el dia diez de Mayo y Soteras el veintitrés de Julio de un tumor cerebral.

No fuí a su entierro. ¿Para qué?

Estos días de 2010 estrenan una nueva versión de TRON que dicen que es muy buena. ¿Quien vendrá conmigo a verla?.

jueves, 9 de diciembre de 2010

ACONTECIMIENTOS
REENTRÉ A LA CITÉ
Fue tan suave la penetración en la ciudad
que no sentí nada mientras iba entrando.
Los túneles eran demasiado anchos,
las pistas demasiado suaves,
el tráfico perfecto y la invitación clara
a entrar en algo tibio que ofrecía
la almibarada insistencia en mil rutinas
experimentadas durante décadas
en una ciudad que tenía nombre de mujer.

Veníamos del mar al cemento,
la autopista estaba despejada,
el asfalto perfecto,
la iluminación, anaranjada.

Sentí miedo mientras controlaba la máquina,
a una velocidad racional, limitada,
marcada la senda por reflectantes y señales
de dudosa eficacia mientras mi pié
me pedía más y más para acelerarla.

Entramos en la ciudad por una calle habitada
por el desencanto de las ausencias
que antes la habían proclamado
la calle de los desengaños, paralelas las luces,
paralelos nuestros años, la calle de las últimas ansias
y sus inventariados daños.

Sin decir Sésamo, apretando el botón correcto,
se abre la negra boca que nos digiere
y nos coloca en una casa donde habita
la incógnita del futuro, la esperanza fundada en el pasado
y la firme sensación de lo que debes hacer
con tu talento: Mentir diciendo la verdad.

Hemos llegado.